Nopales en el páramo de la vida
El viernes pasado (26 de octubre), en el marco del XIII Encuentro de la Fundación del Empresariado Chihuahuense, A.C., tuve la oportunidad de escuchar a Don Óscar Arias, ex presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz (1987).
El discurso que de manera emotiva pronunció, sin duda llegó hondo a los corazones de quienes le escuchamos. Grata fue mi sorpresa al encontrar el texto de su discurso en el perfil que tiene en Facebook. Lo comparto con cariñom, pues sé que será de su agrado.
Se puede contactar a Don Óscar por diferentes vías, como:
www.oscararias.cr
Facebook: http://www.facebook.com/oscarariascr
Twitter: @oariascr
IMD
NOPALES EN EL PARAMO DE LA VIDA
XIII Encuentro de las Organizaciones de la Sociedad Civil
El espacio de quienes trabajan para cambiar el mundo
Fundación del Empresariado Chihuahuense, Asociación Civil (FECHAC)
Chihuahua, México
25 de octubre de 2012
Amigas y amigos:
El gran Octavio Paz, apóstol de la literatura mexicana, y también de
la literatura universal, calificó célebremente al pueblo mexicano como
una estirpe atrapada en El laberinto de la soledad. Una
descendencia abrumada por el recelo y la desconfianza, cuya capacidad de
amar sucumbe en la emboscada de un hermetismo primitivo. El Premio
Nobel de la Literatura inicia el segundo ensayo de aquel libro con estas
sombrías palabras: “Viejo o adolescente, criollo o mestizo,
general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que
se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa.
Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le
sirve para defenderse”.
Esta umbría descripción evoca los nopales que crecen en las tierras
de Chihuahua. Nos invita a imaginar a los mexicanos, y por extensión a
todos los latinoamericanos, como seres ásperos y punzantes, que en medio
de la arena y de las rocas se levantan defensivos, envueltos en su
inmensa soledad. Los hombres-cactus de Octavio Paz, y de tantos otros
retratos del ser latinoamericano, quizás existieron en algún momento de
nuestra genealogía. Y quizás existen todavía en muchos pueblos de
nuestra América, curtidos por el dolor y la pobreza, por la enfermedad y
el temor.
Pero no existen nopales en medio de esta audiencia. No hay soledad,
no hay aridez, no hay espinas. No hemos venido aquí para defendernos los
unos contra los otros, sino para apoyarnos los unos a los otros. No
hemos venido aquí envueltos en la bruma de la desconfianza, sino
encendidos por la luz de la solidaridad. No hemos venido aquí a
prolongar el alero de nuestro desamparo, sino a combatir la soledad con
lucidez y con entendimiento. Hemos venido aquí porque creemos que es
posible construir la hermandad; que es posible trocar el aislamiento por
la comunión, la indiferencia por la responsabilidad.
En suma, hemos venido aquí porque no queremos ser nopales en el
páramo de la vida. Queremos ser enredaderas, como la hiedra o como la
madreselva. Queremos ser capaces de amarrar los destinos individuales al
gran destino de la comunidad. Transmitir savia y fuerza de un extremo a
otro de los pueblos. Participar en la suerte del vecino, compartir las
penas y las glorias, fundir nuestra esencia en la forja colectiva. Es
decir, que no nos basta con ser humanos. Hemos venido aquí porque
queremos ser ciudadanos.
Ser ciudadano quiere decir mucho más que emitir el voto cada cuatro o
seis años. Mucho más que portar una identificación, presentar un
reclamo o pagar un impuesto. Ser ciudadano es una forma de vida. No está
circunscrito a lo cívico o a lo político. Permea, y debe permear, en
todos los ámbitos de nuestra cotidianeidad.
Como dice el lema de este evento, la ciudadanía es una oportunidad y
una tarea. Es una potestad. Un derecho que incluye un deber. Una
capacidad que incluye un compromiso. La democracia funciona solamente
sobre la base de la ciudadanía activa. Sobre la base de empresarios
ciudadanos, de trabajadores ciudadanos, de estudiantes ciudadanos. Para
que un sistema político sea efectivo, y en particular para que un
sistema democrático sea efectivo, es fundamental que los individuos
comprendan que el desarrollo económico, la equidad social, el progreso
científico, el refinamiento artístico, no son únicamente tareas del
Estado, ni responsabilidades exclusivas de los funcionarios públicos.
Todos los que tenemos un interés en el bienestar social, compartimos
también una obligación de promover ese bienestar social. Esto quiere
decir que nuestros ideales, nuestros sueños y nuestras esperanzas, son
mandatos colectivos.
Muchos me dirán que para eso existen oficiales electos en cargos
públicos. Me dirán, por ejemplo, que reducir la pobreza es
responsabilidad del Ministro del ramo, y no de un operario en una
fábrica de automóviles. Hoy estoy aquí para decirles que aunque exista
un Ministro encargado de reducir la pobreza, jamás logrará hacerlo si
ese operario, y todos los operarios, no tienen consciencia ciudadana. Un
Presidente puede hacer mucho por su pueblo, pero no puede sustituir a
su pueblo. Un líder puede señalar el camino, pero no puede caminar en
lugar de los demás. Ninguna victoria política ha existido que no sea, en
el fondo, una victoria ciudadana.
¿Qué implicaciones prácticas tiene todo esto? En un país de humanos
pero no de ciudadanos, los empresarios evaden impuestos, aunque después
protesten por el estado de la infraestructura o por el nivel educativo
del recurso humano.
En un país de humanos pero no de ciudadanos, los turistas vulneran el
equilibrio ambiental y trastornan las economías locales, aunque después
protesten porque no encuentran un espacio tranquilo para descansar.
En un país de humanos pero no de ciudadanos, los profesores se
conforman con enseñar a medias las materias, aunque después protesten
por el nivel de los salarios en la economía o por la delincuencia en las
calles.
En un país de humanos pero no de ciudadanos, los padres descuidan a
sus hijos, los trabajadores postergan sus tareas, los conductores
irrespetan las señales de tránsito, los jóvenes hacen trampa en las
pruebas. Nadie cede su campo en el autobús. Nadie recoge la basura en la
calle. Nadie ayuda al anciano a cruzar a la otra acera.
De ahí que el primer paso de la ciudadanía no es una acción
particular. No es un gesto específico, sino un cambio de mentalidad. La
ciudadanía comienza en la forma en que entendemos la interacción entre
los miembros de una sociedad. Comienza cuando verdaderamente entendemos
que todo está conectado. Que las acciones individuales tienen
consecuencias colectivas. Que los intereses del presente deben ser
armonizados con los intereses que vendrán. Que una actitud egoísta es,
al final, una actitud autodestructiva.
Si algo nos ha enseñado la ciencia durante los últimos cien o
doscientos años, es precisamente que somos parte de un sistema. Los
beneficios inmediatos pueden tener consecuencias negativas en el largo
plazo. Las acciones que se adoptan con un fin específico, tienen
implicaciones imprevistas para personas que ni siquiera conocemos. No se
trata de infundir pesimismo en la población. No se trata de hacerles
sentir que la vida es un calvario grupal. Pero sí es necesario que cada
miembro de nuestra sociedad sea capaz de decirse a sí mismo: “yo afecto la vida del otro”. “Yo afecto la vida del niño que llora de hambre”. “Yo afecto la vida del anciano sin pensión”. “Yo afecto la vida de la madre sin atención médica”. “Yo
afecto la tierra que me sostiene. El aire que respiro. Los árboles que
me cobijan y el agua que me refresca. Afecto todo lo que es y me rodea.
No soy el centro del universo, pero soy parte integral del universo”.
Ser ciudadano es sentirse personalmente aludido. Aunque nadie nos
mencione en los diarios. Aunque no nos reconozcan en la calle. Aunque no
exista un documento que estipule, expresamente, nuestros deberes y
responsabilidades. Porque en una democracia, uno no firma un contrato
con obligaciones. Uno nace a ese contrato. Un contrato social, cargado
de exigencias y demandas, pero también de ilusiones y de esperanzas.
Sólo en sociedad podemos realizar lo que Ortega y Gasset llamaba una “razón vital”,
un proyecto de vida que le dé sentido a esta existencia transitoria,
una trama que nos ayude a interpretar la realidad que es, a la vez,
caótica y milagrosa.
Salvo que escojamos la vida del asceta; salvo que decidamos subir a
una columna en el desierto, como San Simón, no nos queda más que
desarrollar nuestro proyecto de vida al lado de los demás, y junto con
los demás. Por eso ser ciudadano es más que una carga o un sacrificio.
Es también una promesa. Es la oportunidad de transformar la realidad, de
hacer visibles nuestros sueños, de labrar un destino mejor, de amar y
de perseguir la felicidad.
Todo esto requiere un tipo de ética especial. No es únicamente la
ética del funcionario público. No es únicamente la ética del alcalde del
pueblo, del líder del sindicato o del director de la organización sin
fines de lucro. Es la ética del ciudadano. La ética que han de compartir
el abogado y el panadero, la doctora y la empresaria, el ingeniero y el
conserje. Es la ética de quien comparte el sentimiento de unidad que
hemos descrito. La ética de quien se siente aludido por los problemas de
los demás.
¿Cómo podemos construir esa ética? ¿Cómo lograr ese cambio de
mentalidad? ¿Qué puede hacer el Gobierno, que pueden hacer las
organizaciones civiles, qué pueden hacer los empresarios, las amas de
casa, los estudiantes, los líderes comunales? Hay un universo de
posibilidades. Esta tarde quiero citar, al menos, tres acciones:
informar, solicitar y reconocer.
La ignorancia está en la base de la injusticia. Todos los días, hay
inequidades que pasan inadvertidas. En parte esto se debe a nuestro afán
de supervivencia. Si fuéramos capaces de sentir, simultáneamente, todos
los dolores que aquejan al mundo, todas las angustias, todas las penas,
probablemente no podríamos ni respirar. Pero eso no significa que
tengamos licencia para vivir en una burbuja. No significa que podamos
volver la mirada para no ver lo que no queremos ver. La información es
un deber sagrado de todo ciudadano. Saber lo que acontece en su país y
en su comunidad. Saber las necesidades que se tienen. Saber los recursos
de los que se dispone. Estudiar las posibilidades. Aprender sobre las
soluciones.
Y para esto verdaderamente vivimos en una era privilegiada. Nunca
antes había sido posible recaudar, en cuestión de días, millones de
dólares para ayudar a las víctimas de un terremoto; miles de firmas para
protestar en contra de un régimen autoritario; cientos de voluntarios
para construir casas, para plantar árboles, para dar tutorías en
escuelas marginales. El poder de las redes sociales, el poder de la
comunicación tal y como la conocemos hoy en día, nos significa también
una responsabilidad. Otras veces he dicho, parafraseando a Khalil
Gibran: no usemos la tecnología para matar las horas. Usémosla para
vivir las horas. Para hacer más apacible la existencia, para hacer más
dichoso nuestro acápite en la historia.
Usemos la tecnología para informar sobre lo que sucede en nuestra
comunidad. Que ese joven que busca trabajo sea capaz de contactar
rápidamente a esa empresa que busca personal. Que esa familia que
necesita un diario sea capaz de comunicarse con la organización que
distribuye alimentos. Que ese niño que necesita estudiar se entere de la
beca que ofrece el ayuntamiento.
Ustedes que han venido aquí buscando estrategias efectivas para
construir ciudadanía, buscando mecanismos para catalizar las
transformaciones que quieren ver en la sociedad, empiecen por contar el
cuento. Empiecen por informar. Desde las aulas y las iglesias, desde las
plazas y las oficinas. No permitan que la gente se encierre en su
concha. No permitan que la indiferencia abone las raíces del nopal.
Y no se conformen sólo con informar. También pidan, explícitamente,
apoyo. Yo tuve el honor de servir a mí país dos veces desde la
Presidencia de la República. Y en las dos ocasiones me sorprendió la
voluntad de colaboración que encontré en el sector privado, en la
academia y en la sociedad civil, en respuesta a mi llamado de apoyo. No
presuman que alguien va a darles la espalda. En la gran mayoría de los
casos, la gente hace un esfuerzo genuino por contribuir en la forma en
la que pueda. Un ciudadano informado, un empresario responsable, un
líder político sagaz, sabe qué puede pedir y hasta dónde.
En esto de cambiar el mundo hay que saber dejar las vergüenzas bien
guardadas. Cuando se trata de construir la paz y la libertad, cuando se
trata de luchar por la justicia y la inclusión, hay que subirse las
mangas. Si su causa es noble, si han fijado el timón detrás de una buena
estrella, no duden en salir a tocar puertas. No duden en extender las
ramas, como la madreselva.
Finalmente, no olviden reconocer el esfuerzo ajeno. A menudo me
preocupa que estemos forjando ciudadanos demasiado conscientes de sus
derechos, pero inconscientes de los derechos de los demás. Que estemos
construyendo un debate público que deja poco espacio para la
magnanimidad. Ser ciudadano es algo mucho más complejo que escribir
cartas enfadadas. Es algo mucho más complejo que insultar a nuestros
adversarios. Es algo mucho más complejo que rechazar sugerencias tan
sólo porque vienen del bando contrario. Y ciertamente es algo mucho más
complejo que indignarse contra el Gobierno porque no soluciona todo lo
que urge solucionar. Por el contrario, ser ciudadano implica trabajar
con lo que hay sobre la mesa. Participar con el voto y con la voz.
Incluir en lugar de excluir. Ofrecer en lugar de rechazar.
Un mundo mejor no vendrá del enfrentamiento ni de las rivalidades. Si
queremos pregonar la elevación de nuestra sociedad, empecemos por
procurar la elevación de nuestro espíritu. Practiquemos el perdón y la
gratitud. Practiquemos la grandeza de miras. Reconozcamos el esfuerzo de
todos los que nos rodean e intentemos convencer, en lugar de vencer.
Ésa es la ética del ciudadano, la ética de la razón y de la civilidad.
Informar, solicitar y reconocer son tan sólo tres
variables de un fenómeno profundamente intrincado. Ciudadanía también
quiere decir complejidad. La interacción de fuerzas y resistencias. La
ausencia de una única respuesta o una única solución. Por eso quiero
volver a lo que dije al principio: más que acciones específicas, más que
políticas o estrategias, lo que necesitamos es un cambio de mentalidad.
Entender que nuestras vidas son como los hilos de una red enmarañada,
que un pescador distraído olvidó desatar.
Quiero agradecer a la Fundación del Empresariado Chihuahuense por la
oportunidad de hablarles esta tarde. Pero sobre todo, quiero
agradecerles por la razón que los impulsó a realizar este evento. Quiero
agradecerles por su preocupación social. Por su amor a la justicia. Por
su sentido de responsabilidad. Quiero agradecerles por considerarse
personalmente aludidos cuando se habla de necesidades ajenas, como si su
nombre apareciera impreso en el pie de página de las noticias. Quiero
agradecerles por echar a andar este proyecto que es, en mi opinión, una
razón vital digna y perentoria.
Nuestros brazos no son tunas coronadas de espinas. Ni el pueblo
mexicano, ni ningún pueblo sobre la Tierra, está condenado a ser nopal
en el desierto. Nadie está obligado a vagar abandonado en los laberintos
de la soledad. Porque somos ciudadanos tenemos el don y el mandato de
construir, juntos, la felicidad.
Muchas gracias.
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