Que la vida nos despeine
Cuentan los relatos de mi dulce madre, que de pequeña solía ocultar mis "greñas" hábilmente: colocaba de manera práctica una diadema que aparentaba un peinado decente en la parte frontal de mi cabeza, mientras dejaba el desorden en el resto de mi cabello. Recuerdo con cariño una fotografía en la que poso con este "peinado", mientras abrazo a mi querido Tino (abuelo materno).
Hace pocos años sentí que me faltaba color. Tintes, mechas, capas; transición de pelirroja a rubia, hasta llegar al tono "chocolate".
Desde 2010 retorné a mi versión original. Este castaño-rojizo que me caracteriza, un corte tradicional, conservador.. diría anticuado, pero fácil de despeinar... Sí, de "despeinar".
Hago este recuento, aparentemente gratuito, para ejemplificar que en la vida tenemos momentos álgidos que son fácil de encarar cuando se va ligero. El cabello corto nos da esa aerodinámica que necesitamos.
Cuando sentimos que la vida luce gris, con poca luz, las mujeres solemos apoyarnos en la tecnología de los tintes, para colorear nuestro entusiasmo y lucirlo bajo el sol.
Cuando el corazón late tranquilo y, los ojos ven armonía, a pesar de la realidad, el color artificial sale sobrando. La estética es reemplazada por la funcionalidad en el peinado, damos importancia a lo que la merece y... ¡Dejamos que la vida nos despeine!
Doy gracias a Dios, por el viento fresco, la alegría espontánea y el amor cotidiano que luce en cada uno de los cabellos que penden de mi cabeza: en su volátil gracia radica mi felicidad.
IMD
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Un abrazo.