“La esperanza es lo último que muere…”

Esperanza… virtud del que espera, cualidad de aquél que desea algo del exterior y paciente aguarda por ello.

Hace mucho tiempo que el hombre ha dejado de manifiesto que no tiene esperanzas en él mismo, puesto que no demuestra el más mínimo respeto hacia su condición de animal racional.

Como ya hemos planteado con anterioridad, resulta más fácil caer en el juego obscuro y sucio de la descalificación que tratar de corresponder a nuestra categoría de seres humanos. Humanos… ¿alguién ha visto uno?

Para muestra tenemos la actual crisis de institucionalidad en el mundo, no sólo en nuestro país. Luego de cumplir tres semanas de un conflicto más en medio oriente, tenemos la cruda verdad de la muerte día a día.

Afganistán, Irak, Palestina y ahora Líbano… motivos religiosos, políticos, pero principalmente económicos y de poder, conminan a las almas débiles a caer en la creencia de la superioridad ante sus semejantes.

¿Qué hace diferente a un ciudadano de Beirut de uno de Jerusalem? ¿Qué no ambos llevan sangre corriendo por sus venas?

Exactamente la misma sangre que hace latir los corazones de los delegados de la Organización de Naciones Unidas, la ONU, a quien el mundo ha dejado de escuchar, si alguna vez lo hizo. La ONU es una institución nacida del dolor de la segunda guerra mundial e integrada por representantes de cada nación. Si es un organismo de todos ¿Por qué nadie acata sus mandatos?

Pero el asunto es mucho más grave y lamentable de lo que parece a simple vista, nos encontramos de frente a una cuestión de falta de confianza, credibilidad y de fe. Me refiero a que en esta aldea global del siglo XXI el hombre ya no es capaz de confiar en si mísmo, por consecuencia no confía en los demás, ni en sus semejantes, ni en sus autoridades u organizaciones.

Al igual que en Ginebra con la ONU, en nuestro país la institucionalidad es un personaje que no quiere aparecer en el cuento. Sólo encontramos pedazos de lo que alguna vez fue nuestra vida pública, los cuales yacen postrados desde el zócalo hasta paseo de la reforma en nuestra capital.

Mucho nos han costado las instituciones en México, tanto humana como económicamente, como para dilapidarlas en pos de una victoria falaz, a merced de un ciudadano que se empeña en enfrentar a la sociedad, dividiendola y sembrando discordia, para edificarse como un mesías.

¿Cuándo dejamos de creer en nosotros, cuando comenzamos a dudar del vecino, del compañero de trabajo, de nuestra familia, de nuestra propia conciencia? La respuesta nos explicará porque estamos como estamos.

No se debe anteponer el interés personal frente a la lógica y la razón, esto ya no es asunto de ganadores y perdedores… con la falta de fe en nuestro semejante la derrota es propia, de todos.

A nadie beneficia el estado de caos que se nos viene encima, por el contrario, nos lascera y nos divide como nación.

¿Cuándo el hombre dejó de creer? O mejor dicho… ¿Cómo podrémos recuperar la esperanza si le estamos aplicando eutanasia?

Si no somos capaces de vivir en comuna, de cumplir nuestra responsabilidad en lo pequeño, lo global seguirá reflejando que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.

IMD - 2006

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