Blindaje
Hace algunas tardes, me dirigía con unos amigos a uno de los centros comerciales más concurridos. Al llegar al estacionamiento (hora pico en fin de semana), tuvimos que dar varias vueltas hasta divisar a una señora que recién abordaba su vehículo, con una clara intención de liberar el cajón que nos permitiría poner fin al martirio de la búsqueda.
En eso estábamos cuando llegó una camioneta de reciente modelo, conducido por una dama (aparentemente) quien con lujo de prepotencia se adjudicó ese lugar, a pesar del reclamo generalizado.
Sobra decir que nos tragamos el enojo causado por el abuso y la falta de civilidad, debido al miedo a que, como pasa cotidianamente en esta ciudad del “nunca jamás”, nos contestaran sus acompañantes con un arma de grueso calibre en nuestras sienes.
Días después me reuní con algunas personas que se desenvuelven en espacios de labor pública y emprendí un “productivo viaje mental” cuando escuché el cuarto comentario fundamentado en rumores, medios de pacotilla y columnas politiqueras.
Pero lo que terminó por desmoralizarme ocurrió hoy, cuando tuve la fortuna de parecerle humana al caballero que, sin conocerme más allá de dos o tres “buenos días”, se acercó y me confió en 20 minutos sus preocupaciones al tener que emigrar por trabajo a otra ciudad y dejar a sus dos hijas, veinteañeras, en este marasmo.
Era la voz de un padre desesperado, desarraigado de una ciudad donde ha invertido meses de trabajo noble y productivo, que encontró en una total desconocida un oído abierto, un corazón hermano, una palabra de aliento.
En menos de dos semanas tuve tres episodios sencillos, distintos, que me permiten medir el grado de blindaje que nos han colocado en el corazón (siguiendo la metafórica costumbre de situar las emociones en ese órgano vital).
Y es que “Blindar” según los que saben* significa: proteger exteriormente con diversos materiales, especialmente con planchas metálicas, las cosas o los lugares contra los efectos de las balas, el fuego, etc.
Creo que los millones de balas disparadas en este pedazo de tierra nos han llevado a cubrir el alma de metal. Frío, impenetrable metal. Nos han tapado los orificios por los que la sensatez solía colarse a las neuronas. Nos han clausurado la cordura, la humanidad y duele.
Duele escuchar a personas que tienen estudios y oportunidades que miles de mexicanos no han gozado, cuando dicen las tonterías que nos han vendido por televisión. Lastima que quienes debiéramos estar reconstruyendo el tejido social nos encerremos en nuestra coraza, pues ese “acto de auto-supervivencia” nos está llevando más rápido al desfiladero.
No tengo propuesta ni moraleja en esta ocasión, sólo la plegaria, querid@ lector de que su corazón siga viajando ligero por este episodio que nos ha tocado vivir. Sin ataduras, sin empaques, será más fácil que lo humano se nos refleje en las mejillas como solía suceder en el pasado y, tal vez, en un remoto mundo paralelo, logremos contagiar a uno o dos locos nuestra templada alegría.
*RAE (Real Academia de la Lengua Española).
Comentarios
Recibe muchos abrazos desblidados.
Dando amor, recibimos más... Tarde que temprano.
Abrazos de regreso.
yo te apoyo!